Google, Apple o Microsoft vieron la luz en un garaje o un dormitorio universitario. La lista de ‘startup’ nacidas en espacios singulares que se convirtieron en compañías de éxito es extensa. A ellas se podría sumar Irius Risk (IR), firma con sede en el Parque Tecnológico Walqa de Huesca, cuyos fundadores, Stephen de Vries y Cristina Bentué, parieron su aplicación de ciberseguridad desde una cabaña construida por ellos mismos en una aldea cercana a Barbastro. En apenas seis años han pasado de dos a 155 trabajadores.
«No hay que estar en Zaragoza o Madrid para crear una empresa de éxito. El secreto es tener un buen producto para vender. Intentadlo desde donde estéis», anima ella, que es la directora de operaciones. «Empezamos sin un duro. El primer año comíamos del huerto, teníamos placas solares y nos hicimos la vivienda con nuestras manos», afirma.
Stephen de Vries, su pareja, era un hacker ético, consultor de grandes multinacionales, que se ganaba la vida detectando fallos en los sistemas de seguridad. Ella, pese a haberse formado en Humanidades (filología hispánica, literatura semítica, arqueología y religiones del antiguo Oriente), se movía en el ámbito de las ‘startup’ londinenses. Era lo que le permitía ganarse la vida.
En 2014 decidieron acercarse a la tierra de los padres de ella. En el núcleo de Montesa, a 8 km de Barbastro, donde únicamente vivía otra familia, compraron un terreno. «Solo necesitábamos internet, que tuvimos que llevar, y una web», dice Bentué. Allí concibieron su plataforma Irius Risk, un producto innovador en ciberseguridad. Stephen se dio cuenta de que existía un vacío en el mercado. El 50% de las vulnerabilidades de los sistemas de ciberseguridad eran ocasionadas por fallos en la fase de diseño de las aplicaciones, por lo que desarrolló un software que automatiza el listado de amenazas. Él puso el conocimiento técnico y ella la visión de negocio.
En 2015 se lo compró BBVA. Ese año IR recibió el primer premio del Instituto Nacional de Ciberseguridad a la mejor ‘startup’. En 2016 fundaron oficialmente la empresa. El producto ya estaba más maduro para vender a otras grandes firmas, como Inditex y multinacionales americanas.
El año pasado, abrieron filial en Reino Unido y EE. UU. La plantilla es de 155 personas: 40 en Estados Unidos, 30 en Inglaterra, cinco en Australia y el resto en España. Se han beneficiado de tres fases de inversión. En la primera, la ronda semilla, consiguieron 1,5 millones de fondos españoles y portugueses; en la segunda entraron los americanos, con 6,8 millones; y en la última, de 28 millones, solo americanos.
Cristina trabaja en remoto casi todo el tiempo. La pareja se mudó a Jaca cuando sus padres, ya mayores, se tuvieron que ir a vivir con ellos. La cabaña de Montesa se había quedado pequeña. «Antes de la pandemia ya trabajábamos en remoto. Así montamos la empresa y así hemos vendido a American Express, Goldman Sachs, J. P. Morgan…, desde Jaca». Ella viaja mucho para ver a su equipo, «porque trabajar por internet aísla y tengo que estar tomando el pulso a la empresa. Ahora me voy a ver a los 40 de Estados Unidos». Y una vez a la semana se reúne en Walqa la «célula aragonesa», como la llama.
Como dice ella, el mercado no pasó de su producto porque interesaba. Pone símiles para explicar su importancia. “Al fabricar un coche no se piensa en el Airbag cuando se ha acabado de hacer. Lo mismo con una casa. Si piensas en la seguridad cuando ya está acabada, te va a costar mucho adecuarla, pero si lo haces en el plano, los costes se reducen. Pues lo mismo con el software, hay que incluir la seguridad desde el momento del diseño”. Y además el proceso se automatiza, se eliminan los fallos humanos y se estandarizan las vulnerabilidades, se pueden controlar mejor los riesgos.
Ser una empresaria de éxito no le ha hecho olvidar su prioridad, cuidar de la familia. No tiene hijos, pero sí padres y suegros mayores. «Había muchos inversores interesados en nuestra empresa, pero nos decían: ‘Os tenéis que ir a Madrid o Londres, desde aquí no vais a hacer nada’. Yo contestaba: ‘No me obliguéis a elegir entre mis padres y la empresa’. No daban un duro por nosotros. Los inversores pasaron pero el mercado no, y luego ya no tuvimos que ir a por ellos, ellos vinieron». Los alemanes de Audi los querían ver trabajar en su entorno. «Los llevamos a unas bodegas del Somontano, todo muy rural». Cuenta Cristina que quedaron impresionados.
Irius Risk vende seguridad para aplicaciones financieras (banca ‘on line’), controles industriales o fabricantes de productos médicos, como marcapasos y dispensadores de insulina. «El software no solo está en la vida del usuario, está en el cuerpo del usuario». Y aunque las empresas cada vez invierten más en ciberseguridad, todavía están en un punto reactivo, dice, actúan cuando tienen un ataque, aunque ahora se está empezando a regular el sector, «porque un fallo no solo afecta a una empresa, afecta a sus usuarios». Como ejemplo pone la ley Biden de noviembre de 2022, que también ha exigido hacer prevención en el software y obligar al modelado de amenazas, que es a lo que se dedica IR.
Pasión por la literatura sumeria
La pasión de Cristina por las lenguas antiguas está muy lejos del objeto de su trabajo. O no, porque el sumerio es tan críptico como la gramática de los lenguajes de programación para los profanos. Nunca soñó con liderar una empresa de tecnología. “Yo tenía vocación de desarrollo de empresas, siempre me ha encantado, y ayudar a ‘startup’. Mis estudios académicos eran de Humanidades, pero no daban para comer y lo que hacía para ganarme la vida eran planes de negocio, proyecciones… Como dice el refrán, el coser hace al sastre. Cuando Stephen tuvo la idea, nos lanzamos. Él no sabía nada de formar empresas, pero era a lo que yo me había dedicado toda la vida. ¿Quién dijo miedo? Lo protegí de todo lo que no fuera picar código (programar). Él se dedicó a desarrollar el programa y yo hice lo demás: estudios de mercado, hablar con potenciales partners, dar de alta a empresas en Estados Unidos e Inglaterra”, cuenta.
Tiene tres licenciaturas y dos máster. “Estudiaba las cosas que me interesaban, pero trabajaba en lo que tenía que trabajar para salir adelante”. Su tesis doctoral versó sobre literatura sumeria. “Me siguen interesando mucho los sumerios, los acadios, los asirios, la Biblia antigua… Por las noches es lo que leo y sigo en contacto con la Universidad de Barcelona. Mis intereses van por otro lado, pero las 14 horas al día laborales las trabajo en la empresa”, concluye.
Fuente: Heraldo